lunes, 22 de julio de 2013

La caída de Detroit: economía, moral y justicia


El pasado jueves, el gobernador de Michigan Rick Snyder anunciaba la mayor suspensión de pagos municipales de la historia de los EEUU y autorizaba la solicitud de bancarrota de Detroit. Rock Snyder decía literalmente que tras 60 años de declive, Detroit está roto.

Los servicios públicos están a niveles tercermundistas. La policía no es capaz de atender las llamadas de los ciudadanos, los bomberos no pueden certificar la seguridad de las escaleras hidráulicas ni hay suficientes ambulancias en la ciudad. El 40% del alumbrado público no funciona, hay más de 80.000 edificios abandonados y el 36% de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza. Cines, colegios, auditorios, parques, iglesias abandonadas y escaparates rotos nos hacen pensar en una escena de una película de zombies, o quizás más concretamente en la película de Robocop, que muestra una Detroit en quiebra en manos de la corporación OCP.


Barrios abandonados. Foto: detroiturbex.com
Los analistas atribuyen esta coyuntura a la evolución del negocio automovilístico, especialmente con la irrupción en EEUU del mercado asiático y europeo. Esto obligó a bajar los salarios, se perdieron puestos de trabajo, e irremediablemente se produjo una disminución de la población que no podía soportar el nivel de gastos de la ciudad.

Hay algo, sin embargo, que no se lee en las noticias, y es el tema de la corrupción, la criminalidad, la droga y los escándalos que han sacudido a Detroit en paralelo a su declive económico. En los 80’s, Detroit fue llamada la “capital de los incendios y de los asesinatos” y fue incluida como la ciudad más peligrosa de Norteamérica por el FBI. Hace unos meses leíamos en la prensa cómo una tienda de neumáticos pagaba a sus trabajadores con crack o cómo morían 44 personas por el nuevo “cóctel de drogas” con fentanyl. También recordamos cómo durante años el personal del aeropuerto de Detroit y los inspectores utilizaban los vuelos internacionales para el negocio del narcotráfico.

Desde 1961 Detroit ha estado gobernada por demócratas, que han basado su política en la creación de nuevos impuestos, la institución de altos cargos  y en la toma de decisiones industriales claramente ineficientes. El culmen lo alcanzó el alcalde Kilpatrick, que finalmente fue encarcelado por extorsión, fraude, soborno, evasión fiscal y cohecho. Una de las últimaa lecciones de moral la dio el también demócrata Geoffrey Fieger, que dijo que si él fuera alcalde de Detroit cambiaría cambiara la situación “en cinco minutos” legalizando la marihuana y la prostitución para traer jóvenes a la ciudad.

Iglesia abandonada. Foto: detroiturbex.com
El declive económico es evidente, y el ético no lo es menos. ¿Pero es todo culpa de la economía de mercado? Decía Cicerón que no saber lo que ha ocurrido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. La historia guarda ejemplos de grandes ciudades, imperios y potencias que también cayeron. Cuando al gran rey Salomón se le pidió qué es lo que quería para gobernar bien, él dijo que un corazón dócil para saber juzgar al pueblo y distinguir entre el bien y el mal. No pidió una habilidad de negociación o astucia. Recientemente el Cardenal Cipriani ha respondido a un escándalo del Tribunal Constitucional de Perú diciendo: «Si quitas la verdad, la justicia y la honradez, entonces el Estado se convierte en una banda de bandidos».

Ciertamente, los gobernantes tienen una grave responsabilidad moral frente a la sociedad que gobiernan, pero también los individuos libres –y más en una democracia– tienen algo que decir y que hacer. La sociedad no es un fenómeno emergente pasivo, sino una sinergia de personas, de ciudadanos. Cada uno tiene su lugar, y hay un deber moral personal de trabajar por la justicia y por el bien común. El carácter social está en la naturaleza del hombre y tiene como rasgos la fraternidad, la libertad, la solidaridad y la responsabilidad con los demás. El individuo tiene así una faceta comunitaria que lo compromete con el grupo. No existe por lo tanto un determinismo social, y mucho menos impuesto por una plutocracia o una democracia corrompida por intereses económicos y la mercadotecnia. El futuro no está fijado, sino que es construido hoy por la persona y por la suma de las personas que integran una comunidad.

Me viene a la cabeza el pueblo polaco, que si por algo se caracteriza es por ser un pueblo sufriente y castigado, y que continuamente se está levantando. Los últimos azotes, que aún recuerda, fueron los del nazismo y el comunismo. El pueblo polaco es un pueblo trabajador y responsable,  pero no es un pueblo burgués. Siempre ha sabido vivir en sus posibilidades, y si ha resistido tantas embestidas ha sido por sus profundas raíces: patria y fe, pilares que valorizan este compromiso del que hablábamos. Cuando Karol Wojtyla, era profesor universitario en la Universidad de Lublín, su principal preocupación era no dejar a la moral a la zaga en este mundo en mutación constante.

Packard Auto Plant. Foto: detroiturbex.com
Explicar la caída de Detroit en término macroeconómicos es un reduccionismo muy simplista. Detroit ha estado narcotizada por un estado del bienestar escandaloso y ha cerrado los ojos ante la cuestión social. Cuando se pierden los valores, cuando el bien y el mal adquieren un carácter relativo, cuando las personas se hacen medios y las instituciones se hacen fines, la sociedad se convierte en una estructura manejable para los intereses personales. Detroit debe escribir su propia historia, debe revisar y aprender de su pasado y de sus elecciones; y sobre todo debe reflexionar sobre sus valores. Los ciudadanos deben pensar que el cambio comienza por ellos mismos, y deben ser responsables eligiendo a sus políticos. No valen los que gritan, sino los que resuelven problemas. Valen los que saben gestionar y tienen aprehendido el valor del servicio. Pero sobre todo valen los que piden aquello que pedía el gran rey Salomón: un corazón prudente para poder gobernar bien al pueblo y poder discernir entre el bien y el mal.

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